Hay momentos en la vida que marcan un antes y un después. Un día después de un almuerzo cualquiera, Dios me mostró uno de ellos

No era dinero lo que pedía,era un abrazo. Hoy su nombre resuena como un recordatorio: Ángel.

— Dímelo Mykey

Estábamos en un restaurante conocido, compartiendo con Matías (Macabro XII), cuando se acercó un joven a pedir dinero. Su actitud era dura, como si más que pedir, exigiera. Le dijimos que no.

Pocos minutos después apareció otro muchacho, muy distinto. No entró, no alzó la voz; solo se quedó afuera, con las manos temblorosas, ofreciendo unos caramelos. En ese instante sentí la voz del Espíritu:“Este sí es.”

Lo abracé fuerte. Y él lloró como quien llevaba demasiado tiempo olvidado. Me confesó que tenía mucho tiempo sin que nadie lo tocara, sin que alguien lo abrazara. Caminaba con dificultad, vendía caramelos para costear sus medicinas. Y sin saber cómo, había terminado ahí: una muchacha en un autobús le había dicho simplemente “Bájate aquí.”

A Video

Le di el dinero que tenía en mi cartera. Antes de irse, le pregunté: —Hermano, ¿cuál es tu nombre? Él levantó la mirada, con lágrimas en los ojos, y respondió:
—Ángel.

Ese día entendí que no siempre damos pan, a veces damos vida. Y que en los ojos cansados de los olvidados, Dios mismo nos mira.

— Dímelo Mykey